Indigentes, parece que no existen, pero ahí están

Demetrio es uno de los cientos de indigentes que deambulan por las calles de Hermosillo.

En su cuerpo se dejan ver los estragos de la vida en la calle, está lleno signos de violencia con lesiones mal curadas, el cuerpo, la ropa y cabello sucio

Pero sobre todo, se aprecia en su plática, una mente afectada por el alcohol o algún otro tipo de droga.

Tiene 45 años de edad y la mayor parte de ellos sin donde vivir, completamente carente de una familia o de un techo que lo cobije. 

Asegura que desde pequeño salió huyendo de la violencia en Coatzacoalcos, Veracruz, donde nació.

Cierto o no, él narra cómo vio morir a su padre y a su madre a los que arrojaron a una noria, luego platica de como mataron a su hermana, después comenta que le robaron a su novia de 20 años. Así, va brincando de tema en tema, y en todos se conmueve al punto del llanto.

Al final, asegura que tiene hambre, que tiene más de tres días sin comer. Tiene muchas ganas de ser escuchado, pero la gente le saca la vuelta, solo sus amigos lo entienden, pero son los mismos amigos que a veces lo golpean con piedras o lo acuchillan.

Cuando se enferma sólo lo atienden en Cruz Roja, cuando quiere dormir bien se va a uno de los albergues, pero generalmente prefiere quedarse debajo de un árbol cerca de la Universidad de Sonora.

Esa es sólo una historia, pero son muchos y cada vez más aquellos que terminan en la indigencia.

Es un grave problema social que afecta a todos, a la seguridad de peatones y transeúntes, pero principalmente a estos seres humanos que no son vistos, no son escuchados. Parece que no existen, pero ahí están.